Nobel

al vuelo porque esta noticia es fantástica, como un testigo del día escribo para expresar la alegría que da saber que el Nobel es para un peruano, para Vargas Llosa y para su obra.
La guerra del fin del mundo, Conversación en la catedral, La fiesta del chivo, novelas que no quieres que acaben nunca, recuerdo haber leído como un adicto la «fiesta», en dos días me acabé la historia de Trujillo y sin almorzar, totalmente adicto.
Como muchos objetivos que el azar, la suerte o la constancia otorga, pude conocerlo y conversar un rato con él, conocí en ese lado al político que siempre está presente, el político tonto porque no miente, sino por que sigue siendo idealista y con eso empuja al resto.
Al literato lo encuentro en las novelas, en su disciplina y paciencia para responder las preguntas más tontas o complejas que se le puede hacer
Bueno, mucha cháchara, sólo quería escribir algo para expresar alegría, luego de unos años volveré a leer esto y recordar que siempre hay motivos para estar orgulloso de alguito.

una anécdota de hace años 😀

La novela más larga que he leído

Ingreso a la literatura de MVLL gracias a Mabel una compañera de estudios y de libros que tenía en sus manos un ejemplar del «El pez en el agua» la crónica de Mario sobre su campaña presidencial, en ese tiempo no tenía ninguna filiación hacia alguna corriente de pensamiento político, lo leí como una aventura enganchado del estilo narrativo del autor, me encantó, así que me atreví a leer por primera vez una novela del tío.
La siguente entrega de Mabel fue «La guerra del fin del mundo», una edición vieja de Seix Barral que tenía muchas páginas. Creo que en la Pre me habían dicho que era un autor difícil, me creí el cuento, la primera noche que tuve el libro en manos no pasé del segundo párrafo, me quedé tonto frente a la palabra sertón o sertonero, feo feo feo, pero me dije a mi mismo que era imposible que no pueda leerlo, así que la siguiente noche me traje al lado a un diccionario, y pasé del segundo párrafo y me dije no más y lo dejé en el velador para la siguiente noche.
Y se quedó dormido todo un año.
Al año siguiente recordé que tenía la novela ahí y la volví a leer, pasé la primera página desganado y sin fuerzas por entender algo, lo volví a guardar por 6 meses más. Cuando volví a leerlo no pude dejarla más, en unas semanas se volvería una rutina dejarla en casa y leerla llegando de la universidad, cada vez que avanzaba más y más la historia se volvía compleja y adicitiva, empecé a llevarla conmigo, a comentarle a mi padre, una cosa genial, la novela acabó a la mitad del libro, QUEEEEE? la historia acaba a la mitad, y me sentía totalmente eufórico por el juego de ajedrez que había desplegado el autor, leerlo y a la vez saber jugar con los tiempos, con los hilos narrativos, los personajes, un juergón, leer su novela era entender su arquitectura, saber los planos de un laberinto que tiene un final.
Cada vez que me acercaba al final del libro, empezaba a entristecerme, como una sensación de pérdida, y cuando acabé me dió ganas de más.
Un año después MaríaJosé me prestaría la recién publicada «la fiesta del chivo» lo tuve en mis manos y no resistió ni 3 días, en 2 ya había acabado con ella, en una orguía literaria que me dejó exhausto, ojeroso, sin comer, y con la sensación de no haber disfrutado del placer de leer, sólo de llenarme de sus letras, en la combi, caminando, en el aula, en el bosque de letras, en todos lados, fue demasiado y juré nunca más hacer lo mismo con ningún otro autor, disfrutar es tomarse el tiempo y no arrasar. Algo que pude hacer calmadamente luego con Suskind o Rushdie.
Luego leí Conversación en la catedral y últimamente travesuras de una niña mala, esta última en mi ereader, sin ojear páginas viendo una pantallla como serán las futuras novelas que leeré sea de quien sea.

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