La Comisión para la Acreditación de Facultades o Escuelas de Medicina o CAFME por sus siglas, ha sido desde su creación el único organismo de acreditación formal en nuestro país hasta la creación del SINEACE.
La acreditación en este sentido no sólo «certificaba» la calidad educativa de las escuelas de Medicina, sino se que esta a su vez constituía en una «licencia» de funcionamiento que permitía continuar con la oferta académica. En resumen, para continuar operando una Escuela de Medicina o abrir una nueva en el país, la Universidad debía comunicar su interés a la CAFME y aprobar las evaluaciones según los estándares establecidos por ley; de este modo fue la primera experiencia oficial de acreditación en nuestro país y la primera en autorización de nuevas carreras.
Con casi 8 años de experiencia, la CAFME ha acreditado a la mayoría (por no decir a todas) las escuelas de Medicina del país a excepción de la filial de Medicina de la universidad San Martín de Porres en Chiclayo (tema que fue materia de un comunicado por parte de la entonces ministra de Salud: Pila Mazetti) y la facultad de Medicina de la Particular de Chiclayo.
La CAFME ha demostrado ser una fuente de enseñanza y aprendizaje de los procesos de autoevaluación, podría asegurar que los profesionales que participaron en la acreditación de sus respectivas escuelas estarán mejor preparados que el resto de sus pares al momento de iniciar las evaluaciones del Sineace.
Otro punto rescatable de esta comisión fue haber aglutinado a los sectores preocupados por la formación médica en el país, así la Asociación de Facultades de Medicina, el Ministerio de Salud, el Colegio Médico, el Ministerio de Educación, el Conafu y la ANR, crearon una sinergia tal que deberá ser emulado por las futuras agencias evaluadoras.
Pero tampoco ha estado exento de críticas, sus procesos de acreditación y sus primeros estándares que fueron percibidos como permisibles facilitaron la acreditación de casi todas las escuelas algo que levanta dudas ya que no todas las carreras en el país cuentan con la misma calidad.
Podemos suponer de que el modelo de autoevaluación de entonces era muy «suave», de que los pares evaluadores aún no eran muy drásticos en la revisión de los estándares o que prefirieron reforzar la cultura de la autoevaluación acreditándolas; también podríamos suponer (o conocer de primera mano) de que muchas escuelas no fueron muy honestas en sus autoevaluaciones, contratando docentes con maestrías sólo por 3 meses, trasladando sus instalaciones a lugares mejores, alquilando instrumentos de laboratorio en los días de la visita, maximizando alguna información y ocultando otras. Hechos que deberían ser materia de un informe que el propio CAFME a de preparar como una autoevaluación de sus años de servicio.
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