No soy muy fan de los Kjarkas, creo porque llegué muy tarde a escucharlos con detenimiento, en mis épocas de universitario que coincidí con verdaderos fans de la música latinoamericana, así que no «me acunaron los huaynos en su encanto» como dicta un himno de ellos.
En cambio eso sí antes de ellos escuché un disco completo de Proyección, cuestión de probabilidades y de acceso, las canciones de Yuri Ortuño me llegan más a la vena que la voz de Elmer Hermosa.
Sin embargo eso no me niega disfrutar de un buen concierto, tuve la suerte junto a mi grupo de bailar con ellos en una oportunidad, algo lejos pero con vestuario de caporal y últimamente de escucharlos en la formación más famosa de ellos, algo así como su «dream team», al que sólo le faltó Ulises Hermosa un ausente que contribuye al misticismo de este grupo.
Pero de todos modos escuché canciones como lo que son, buena música, sin esa mezcla de nostalgia y romanticismo que respiraba en el aire, cosas del set list que uno tiene que aguantar. Porque si hubo un disco o casette de los Kjarkas que escuché de principio a fin en una walkman de color amarillo, fue el primero luego del fallido proyecto Pacha, esas canciones sonaban a renacer, fue un tímido reinicio nada pretencioso con el sólo placer de ser escuchado, aunque con un mensaje de fondo, una temática frente a la contaminación y la globalización (curioso luego del extinto proyecto globalizador que tuvieron).
Viajé a Puno en mi primer año y me quedé en la casa de mis tíos en Toquepani, me llevé una zampoña y traté de replicar las canciones, algunas de estas faltaron y sólo queda recordar, esta es una de las mejores del disco y me encanta compartirla:
Yo conocí a los Kjarkas en el colegio, gracias a una moda del plan de estudios: en el curso de formación artística debía enseñarse música.
Y como por esa época andaba por Tacna, la música altiplánica era la elegida.
Quena, zampoña y charango, desde la primaria hasta la secundaria.